Corpus Christi 2017

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Corpus Christi 2017
Te doy mi vida

De la misma manera que aquella multitud seguía a Jesús por el desierto, muchos de ustedes han empezado este día de Corpus caminando por nuestra Diócesis de San Justo desde cinco puntos distintos. Han atravesado otro desierto, un desierto poblado de anonimatos, de luchas, de fatigas, de silencios, de falta de respuestas ante tantas preguntas que nos va presentando la vida de cada día.

Y  han llegado con alegría para que Jesús les diga, igual que a aquellos hombres: Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. Después de alimentarlos Jesús hace un largo discurso hablando del pan de vida. Él parte de algo real y cotidiano como el pan material, para llevarlos y llevarnos despacio a un nivel más hondo.

Ha hecho un milagro dando de comer a la multitud hambrienta que, para agradecerle, quiere hacerlo rey, quiere que asuma el poder político; y les reprocha duramente que sólo busquen  y no quieran otra cosa más que el alimento corporal. 

Pero Jesús no se queda en el reproche, va más allá, aunque haya hecho el milagro para saciar el hambre de la multitud en ese momento determinado; su misión no pasa tirarles una demagógica limosna para que no les falte lo esencial, ni tomar el poder para asegurar el justo reparto.

Él habla de otro Pan de Vida, de otra calidad de vida, de otro alimento, de otra Vida que hace del pan amasado, aunque necesario, insuficiente. 

Otro pan que es, al mismo tiempo, alimento y camino, que da energía y es luz, que no solo robustece, sino agiganta, que puede dar respuesta a las preguntas más profundas del hombre. 

Jesús es ese “otro Pan”, no como el que comieron sus padres y murieron; Él es el pan vivo bajado del cielo, pan de Dios, alimento de Dios, Vida de Dios, que busca meterse en la vida del cada hombre “para que el mundo tenga vida”.

El mundo, cada hombre, nosotros tenemos vida cuando hay proyectos y caminamos en la esperanza, cuando podemos crear lazos de fraternidad, cuando somos capaces de cargarnos al hombro el dolor de los demás, cuando el compartir no es una obligación, sino una necesidad; cuando nos sentimos alegremente responsables de la vida de nuestros hermanos, respondiendo de cara a Dios a su pregunta: ¿dónde está tu hermano? 

El mundo vive cuando no le damos tregua a la cultura de la muerte con sus distintas caras, porque creemos firmemente que hay otra vida: acá y en la vida eterna. 

Así fue la vida de Jesús, el «pan vivo bajado del cielo», aquel que se hizo hombre solidario con la raza humana y con su pueblo; que se unió a los demás hombres, asumiendo su existencia, su vida, con sus dolores y sus pobrezas. 

Jesús se mostró en cada gesto a los hombres “como pan”. Él se dio a sí mismo como pan, su propia vida es el pan venido de Dios. 

Este fue el sentido de su vida y de su muerte, que ha quedado hecho signo y realidad en la Eucaristía. Por eso la Eucaristía es memoria de lo que Jesús dijo e hizo, y momento cumbre de toda celebración y vida de discípulo. Él es el pan vivo, un pan para ser masticado y tragado; una vida, una pasión para ser vivida, porque se hace parte de nuestra propia vida.
Comulgar con Jesús es comulgar con alguien que ha vivido y ha muerto entregándose totalmente a los demás. 

Comulgar con Jesús es alimentarse para alimentar a una humanidad anoréxica y necesitada de Dios y de todo lo que Él quiere darle. Una humanidad que necesita con urgencia hacer desaparecer sus enormes diferencias organizadas, sus cotidianas injusticias establecidas, sus odios disimulados. 

Comulgar con Jesús no es un banquete caníbal al que nos invita el Señor, sino la mesa tendida de la vida comunitaria en la que cada uno se hace pan para el otro, se hace carne del otro, es Comer y beber "la Vida", es comer y beber el amor a la vida y todo lo que esto tiene de libertad, justicia, belleza, alegría, participación, hermandad, sueños. 

Comulgar con Jesús es comulgar con su causa, que no es otra que la del Reino; la causa de vivir mezclados con tantos hombres y mujeres abatidos y humillados, que anhelan paz y respiro; la causa de vivir junto a pecadores que buscan perdón y consuelo, y abrazando a tantos que viven con el corazón roto, hambreando amor y amistad. 

Jesús no nos ofreció una liturgia nueva sino una vida nueva. Una Eucaristía que solo quede reducida a un mero acto litúrgico, es una traición a la última cena de Jesús, de la cual nació, nada más y nada menos, toda una Iglesia. Pero no una Iglesia "de humo", sino una Iglesia de hermanos, de discípulos, de misioneros, de mártires. 

La eucaristía nos moldea, nos va uniendo a Jesús, nos alimenta de su vida, nos familiariza con el Evangelio, nos invita a vivir en actitud de servicio fraterno, y nos sostiene en la esperanza del reencuentro final con Él.

Jesús hoy nos dice: te doy mi vida porque mi vida no es algo mío, algo exclusivo, sino que está entrañablemente unida a todos ustedes. Te doy mi vida como «pan», porque el pan es para ser comido; el pan para ser alimento, tiene que partirse. 
Te doy mi vida para que seas Pan para los otros. 

Que el comer el Pan de Vida sea la expresión de otro gesto más profundo, que no es otro que transformarnos en el Cristo viviente, hacer nuestros sus sentimientos, su modo de pensar, su forma de encarar la vida, su entrega y su amor gratuito. 

Que cada Eucaristía sea nuestra "acción de gracias", porque Jesús nos sienta a su mesa, no ya para darnos pan, sino para darse a sí mismo, para darnos su Vida, para que nos demos vida y para que transformemos la vida cotidiana en una mesa que muestre al hombre de hoy el verdadero rostro del Padre y su proyecto: el rostro del Amor y la vida Buena para todos sus hijos.

Nuestra procesión no es piadoso cortejo funeral de alguien que pasó, sino la manifestación exuberante de qué “la vida camina con nosotros”. El Día del Corpus es un día para el encuentro con los hermanos y para que compartamos con ellos, además de lo que humanamente podamos darles (si es que podemos darles algo), el gozo de tener cerca de nosotros a Cristo, un Cristo personal y cercano que quiere asomarse a nuestra vida no sólo a través de una gran Custodia, sino a través de los hombres que es el lugar donde realmente quiere vivir y estar para siempre.
Mons. Eduardo García
Obispo de San Justo
Solemnidad de Corpus Christi





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