“No se puede comulgar impunemente. Es muy
fácil asistir a misa y no celebrar nada en el corazón. Oímos las lecturas y no
escuchamos la voz de Dios; comulgamos piadosamente, sin comulgar con Cristo;
damos la paz, sin reconciliarnos con nadie”.
La crisis que vive el mundo y nuestro país
no es algo que se solucione de un día para otro. Como no se trata solamente de
una crisis económica, es muy probable que
la solución sea dura. No sabemos cómo serán las reacciones de la
sociedad; por un lado, podrá ir creciendo la impotencia, la rabia y la
desmoralización de muchos. Es previsible que aumenten los conflictos y la
delincuencia. Puede ser que crezca el egoísmo y la obsesión por la propia
seguridad desde el viejo y conocido: “sálvese quien pueda”.
Pero también es posible que vaya creciendo
la solidaridad. Las dificultades nos pueden hacer más humanos y nos puede
enseñar a compartir más. Como en otras oportunidades pueden estrecharse los
lazos y la ayuda mutua, haciendo crecer nuestra sensibilidad hacia los más
necesitados.
La crisis puede decirle algo a nuestras
comunidades cristianas y ellas pueden decir algo también. La Eucaristía no
puede mantenerse al margen de la vida, ni quiere mantenerse al margen de la
vida. No podemos comulgar con Cristo en la intimidad de nuestro corazón, sin
comulgar con la vida de nuestro pueblo y de nuestros hermanos que sufren. Eso
no fue lo que nos pidió el Señor.
Desde aquella última Cena de Jesús, junto
a sus discípulos, los cristianos nos reunimos para hacer memoria de Jesús; fue
su encarecido pedido: “Hagan esto en memoria mía. Ellos comenzaron hacer
memoria, no repitiendo un gesto, sino rumiando en su corazón la historia del
Maestro "presente y vivo" entre ellos. Se contaban aquellas historias
tan maravillosas de cómo el Nazareno recibía a los marginados, de cómo
infringía la ley por amor a los necesitados, priorizando así la dignidad de la
persona por encima de toda prohibición ritual. Actualizaban las comidas del
Maestro con los publicanos, los pobres y las prostitutas, y no dejaban de
vibrar ante el recuerdo de aquellas escenas en las que el Señor despertaba la
conciencia de las personas, para que se levantaran de su
humillación, animándolos a una vida nueva y digna.
En cada historia iba creciendo la
admiración por Jesús y la comunión con su vida. En largas sobremesas pobladas
de recuerdos, el Espíritu tallaba sus corazones, los iba configurando con el
del Maestro que enfrentó a las
estructuras del mal del mundo y dio la cara ante la injusticia. Paulatinamente,
hacer memoria, era simplemente dejar que el acento del Maestro se les fuera
pegando en el corazón, hasta tener sus mismos sentimientos.
“Hagan esto en memoria mía” sigue
resonando como el eco del corazón de Dios sobre la historia de los hombres y la
vida de los pueblos. Sigue resonando, no como palabra hueca, sino como llamada
que redime. Necesitamos hacer memoria,
no solo de un par de palabras, ni de un rito repetitivo y rutinario, sino de la
acción salvadora de Jesús.
“Esto es mi cuerpo que se entrega por
ustedes hasta la muerte… Este es el cáliz de mi sangre que se derrama para el
perdón y la reconciliación definitiva. Esta es la síntesis de lo que el Señor había hecho
durante su vida: Siendo maestro y Señor se hizo siervo y esclavo de todos. Se puso
al servicio de los necesitados de este mundo comulgando así con su situación
para redimirlos, solidarizándose con sus más profundas aspiraciones. Se fue
identificando con los desheredados, enfermos y marginados de este mundo, hasta
el punto de llegar a ser perseguido,sin otro motivo más que expresar que éste
era el obrar de Dios Su Padre.Una vida que se hizo migajas para que los pobres pudieran
saborear la ternura de Dios.
“Hagan esto en memoria mía». Los gestos de
Jesús en esa última cena nos remiten a toda su vida, pero de manera especial a
la escena del Evangelio de hoy. El Nazareno habló a la multitud acerca del
Reino de Dios, y devolvió la salud a los que tenían necesidad de ser curados.
Otro evangelista nos dirá que “al ver a la multitud le dolían las entrañas”
No se desentendió de su hambre. Los mandó sentar, tomando de la pobreza de esos
hombres, expresada en unos trozos de pan y unos pocos peces, la amasó en su
corazón y se las devolvió convertida en misericordia, “recibieron lo que
necesitaban”, se saciaron todos, unos cinco mil, sin contar mujeres y niños.
Anticipo de la última cena, donde
silenciosamente comenzaron a resonar esas palabras que en el cenáculo serán
contundentes y definitivas. “Hagan esto en memoria mía».
Y así fue, y será ... porque al día
siguiente, y al otro, hasta hoy y por siempre, Jesús invita a todos a hacer lo
mismo, porque comer el cuerpo del Señor es dejarnos abrazar por Su Misericordia,
para convertirnos nosotros en misericordia para los demás. Jesús es el pan que
el Padre nos parte para que los hijos podamos ser alimentados. Jesús es la
Misericordia de Dios hacia sus hijos hambrientos y necesitados.
“Hagan esto en memoria mía”, es la
invitación de Jesús en cada Misa a compartir su misma vida, a tener sus mismas “entrañas
de misericordia”.
“Hacer memoria de Jesús es ser semejantes
a Él, siendo entrañablemente misericordiosos, sirviendo la mesa grande para
todos, sirviendo la mesa donde se
produce sufrimiento, allí donde están las víctimas, los empobrecidos, los
maltratados por la vida o por la injusticia de los hombres, las mujeres
golpeadas y atemorizadas, los extranjeros sin papeles, los que no encuentran
sitio ni en la sociedad, ni en el corazón de las personas. Servir una mesa en
la que puedan sentarse los que están en la cuneta de la vida, los que no tienen
todo en regla, “haciendo lo mismo que Jesús”. Servir una mesa donde el
incienso, del que a veces nos envolvemos,
no nos impida ver a los hermanos, ni los lugares "ya
preestablecidos", impidan que otros puedan sentarse.
“Hacer memoria de Jesús es, ser semejantes
a Él, con entrañas de misericordia pasar haciendo el bien y curando a los
oprimidos”. “Hacía el bien, bien”, no por casualidad, sino por opción, desde la
raíz buscaba como Hijo “salir al Padre” expresando el cariño del Padre.
Quien no vive con entrañas de
misericordia, no es Eucaristía lo que celebra, porque lo que el Señor mandó
rememorar no fue un rito, sino todo un proyecto de vida, toda una vida hecha
amor: compartiendo y sirviendo. Nunca nuestra comunión será
memoria del Señor, si no introduce la justicia que brota de la
compasión. Nunca nuestra comunión será memoria del Señor, sino va a
contra corriente, porque la Misericordia de Dios no encaja en personas e
instituciones que degradan a los hermanos.
Así es como el Señor vivió. Eso es
hacer memoria del Maestro. Y cuando se hace lo mismo que él, la misma misericordia
de Jesús está presente entre nosotros, los suyos. Eso es vivir la Eucaristía,
eso es hacer memoria. Eso es vivir con entrañas de misericordia.
Que alimentados por la misericordia,
seamos pan de la misericordia que se parte, reparte y sobra.
Mons.
Eduardo H. García
Obispo
de San Justo
29
de mayo 2016
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