Pascua 2016: Tu Misericordia nos salva

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Pascua 2016
Tu Misericordia nos salva

Constantemente escuchamos palabras huecas o mentirosas. Mienten los comerciales, mienten lo informativos o parcializan la verdad, mienten los de arriba y los de abajo. Sin buscarlo y sin quererlo, nos vamos haciendo cada vez más escépticos y desconfiados. Sin “confianza” no se puede vivir, sin “confianza” se subsiste. Esto lo experimenta el bebé que se abre a la vida apoyándose instintivamente en sus padres, lo sentimos los adultos aunque no lo digamos.

La Pascua es renovar la confianza en un “Dios que no defrauda” La Pascua es creer que el Crucificado no ha sido abandonado por Dios. Que su vida apasionada por el Reino y de siembra constante de misericordia ha sido abrazada por la Misericordia infinita del Padre, en la cual nada se pierde sino que todo se transforma y se hace nuevo. Frente a tanta injusticia, celebramos que hay un crucificado al que Dios le ha hecho justicia.

No es un crucificado más, es “Jesús”, el hijo amado de Dios, misionero del Padre  que en su cruz se ha “hecho cargo de nuestra vida”. Él nos amó hasta el extremo cargándonos en su propia montura y curando tiernamente nuestras heridas con el aceite de perdón. Mirando con fe las cicatrices del resucitado podemos estar seguros nuestras propias heridas un día cicatrizarán para siempre. Cómo las del resucitado, nuestras heridas de hoy curadas por Dios para siempre, serán fuente de consuelo y de esperanza para que podamos consolar con el consuelo con el que fuimos consolados (2 Corintios 1,4).

Si Cristo ha resucitado, no es la muerte quien tiene la última palabra, sino Dios. Nadie puede matar al que venciera la muerte dice la canción popular. Podemos vivir con confianza. Podemos esperar más allá de tanta muerte injusta, tanta enfermedad dolorosa, tanta vida sin sentido. Podemos avanzar sin caer en la tristeza o el derrotismo, sin hundimos en el pesimismo, sin evadirnos en el consumismo, la droga, o en el “ya” sin proyecto de futuro. Es su “amor salvador” el que reconstruye y da sentido a nuestros sufrimientos, fracasos y muertes.

Por Él, con Él y Él nuestra vida “crucificada”, se abre a una nueva confianza; que no es un “quizás”, sino un “SÍ” contundente y rotundo. Ahora sabemos que nuestra vida vivida con el espíritu de Jesús no terminará en la muerte sino en resurrección.

Esta es la esperanza que nos sostiene desde aquella primera y definitiva Pascua: sabemos en manos de quién estamos. Nuestra vida, creada por Dios con amor infinito, no se pierde en la muerte, porque “Dios ama la Vida”.

Si no hay vida eterna, nada ni nadie nos puede consolar de la muerte y toda palabra que se diga será hueca y mentirosa (1 Cor. 15,14). Por eso, celebrar la Pascua es entender la vida intuyendo con gozo que el resucitado está ahí, en medio de nuestras pobres cosas, sosteniendo para siempre todo lo bueno, lo bello, lo limpio que florece en nosotros como promesa de infinito.

Él está en nuestras lágrimas y penas como consuelo compasivo y sereno. Él está en nuestras impotencias y fracasos como brazo fuerte que nos sostiene misteriosamente. Él está en nuestros secretos dolores acompañándonos con respetuoso silencio. Él está en nuestros pecados, que tantas veces nos agobian, y en la mediocridad de nuestro corazón como paciente misericordia que nos comprende y levanta, una y otra vez. Él está en nuestros gemidos de agobio y gritos silenciosos escuchándonos serenamente. Él está incluso en nuestra muerte como vida que triunfa cuando parece todo se ha terminado. El resucitado está con nosotros y en nosotros para siempre.

Seguir al crucificado hasta compartir con él la resurrección es, en definitiva, saber que no estamos solos y aprender a “dar la vida”, el tiempo, nuestras fuerzas y tal vez nuestra salud por amor. Nadie puede quitarnos ni arrebatarnos lo que damos libremente. No nos faltará el cansancio, la fatiga y la amenaza de la desesperanza. Los verdaderos enemigos de la vida no son el sufrimiento, la enfermedad y la muerte sino la falta pasión por la vida, la alegría del amor que “hace bien” y la compasión por los que sufren.

Desde la resurrección de Cristo sabemos que el amor es más fuerte que la muerte, y vivir haciendo el bien es la forma más acertada de adentramos en el Misterio de un Dios que resucitará para siempre nuestras vidas y las de aquellos que cargamos con nosotros (Hech. 10,38).

Por eso la Pascuales confianza y alegría que transforman radicalmente el sentido de nuestros esfuerzos, penas, trabajos y aparentes frustraciones. Trabajar por los que sufren, hacernos cargo de los están “en la cuneta de la vida o en el basurero del mundo”, poner la cara por los indefensos siguiendo los pasos del crucificado no es algo absurdo; no es perder la vida sino ganarla para siempre. Vivir la Pascua es andar por la vida “ganando Vida”.

Hoy es la Fiesta de la vida. La fiesta de todos los que nos sabemos heridos por tantas muertes pero que hemos descubierto en Cristo resucitado la esperanza de una vida nueva y distinta.

Este día de Pascua dejemos que la palabra de Jesús: “ánimo, yo he vencido al mundo” (Jn 16, 33) nos enamore nuevamente el corazón y nos empuje a vivir haciendo “Pascua” de la vida

Que Dios los bendiga en esta Pascua y la Virgen Madre nos conceda contemplar con alegría al Resucitado.

Mons. Eduardo García
Obispo de San Justo

27 de Marzo 2016

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