Fiestas Patronales de la Diócesis 2016

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En medio de los rayos y truenos, de cataclismos, tormentas y terremotos aterradores de los que nos habla el autor de la primera lectura, "aparece en el cielo una señal prodigiosa", un rayo de esperanza.  Los tiempos que nos tocan vivir, siempre complicados, nos parecen cada vez más difíciles y parecen un apocalipsis adelantado.

La historia está llena de guerras. Los libros de historia y nuestros diarios están llenos de guerras que se suceden interminablemente. 
Aunque las padecemos, estas guerras no son nuestra guerra: la mayoría de estas guerras son enfrentamientos entre grandes potencias, que se disputan los mercados, las fuentes de riqueza, el control de las vías de comunicación, el predominio cultural, el espacio, la corrupción...

Nuestra guerra es otra, nuestra guerra es contra el mal. A la luz de la palabra de Dios, no hay más que una lucha continua y una batalla decisiva, una guerra verdaderamente nuestra que el vidente del apocalipsis la describe como un enfrentamiento entre el dragón de las siete cabezas, que acecha contra la vida, y la mujer que está por dar a luz.

El dragón representa el orgullo hasta el endiosamiento, la ambición sin límites, la violencia desatada, el poder...; la mujer representa la exaltación de los humildes, la esperanza contra toda esperanza, la gracia y la fuerza de Dios, que se manifiesta en medio de las debilidades humanas. El dragón, la bestia inmunda y arrogante, fue en su día el faraón, Babilonia, Herodes, el infanticida, el Imperio Romano...hoy tiene otros nombres y apellidos que buscan aniquilar la esperanza. Hoy lleva el nombre de capitalismo egoísta y criminal, autoritarismo de todo tipo, intransigencia e intolerancia, explotación del sexo y de la mujer, manipulación de las conciencias, droga, sistema que se traga a los hombres con sus legítimas aspiraciones armando una cultura de descarte. La lucha que presenta Apocalipsis  entre la mujer y la serpiente, entre el bien y el mal, entre el hijo de la mujer y los secuaces del demonio, es de ayer, de hoy y de siempre;

Sin embargo “aparece en el cielo una señal prodigiosa”;  es que la palabra de Dios, desde el Génesis, con el que comienza la Biblia, hasta el Apocalipsis, con el que se cierra, es promesa y esperanza. El final es luz y claridad, victoria y esperanza para sostener la paciencia.

Ante el derrotismo de los escépticos desesperanzados, Dios nos reafirma; esta no es una batalla perdida sino que ha sido ganada ya de antemano.

La mujer, pintada por Juan, es la iglesia, somos nosotros, en la dramática lucha de los pobres por liberarse y recuperar su condición de persona, de todas las luchas de los oprimidos, de los esclavizados, de los que no tienen más que su esperanza.

La mujer se llama María: La mujer del Apocalipsis es el pueblo de Israel sometido a esclavitud, es la Iglesia perseguida bárbaramente en los primeros tiempos y es el pueblo de Dios que trabaja con esperanza y con paciencia cada día.

Es María, en la que se han hecho carne todas las esperanzas y luchas de los hijos de Dios, porque de ella nació Jesús, el Mesías, el Salvador y Liberador. Jesús no sólo fue venciendo durante su vida todos los enemigos del hombre, sino que muriendo y resucitando, venció al último de los enemigos, a la muerte. La resurrección de Jesús, que es lo que celebramos siempre en la eucaristía y la memoria que nunca podemos olvidar, es el triunfo y la victoria que se anuncia para todos los que creemos.

La victoria está decidida, porque Cristo, el hijo de María, ha vencido la muerte. Y la ha vencido por nosotros y para todos nosotros: "Si por un hombre vino la muerte, por un hombre ha venido la resurrección".

Una victoria que ya podemos cantar: creer en la resurrección de Cristo, creer en la asunción de María a los cielos, es creer que ya ha comenzado lo que todavía esperamos que suceda plenamente. Y el que cree de verdad empieza a sentirse entrañablemente lleno de lo que se manifestará al fin y por eso tiene fe en la lucha y para la lucha, y no se achica ante los peligros, porque todos los dolores y sufrimientos no son otra cosa más que dolores de parto.

No vivimos sólo de promesas, porque la promesa ya se está cumpliendo. Por eso queremos cantar con María: "El poderoso hace proezas con su brazo, dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes; a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos"

Cantamos con La Virgen un canto de fiesta, vida, lucha y esperanza.
Lucas nos invita a cantarlo en el marco del encuentro de dos mujeres de pueblo que, por distintas causas y en el mismo estado embarazo de esperanza, descubren llenas de alegría que por medio de ellas pasa la salvación.

Es canto de fiesta, vida, lucha y esperanza porque no es un canto a cualquier Dios, sino a un Dios que pone su poder al servicio de la compasión y al que nada de lo humano le es ajeno, sino que, al contrario, le es tan cercano que se hace hombre como nosotros para compartirlo todo con todos.

Es canto de fiesta, vida, lucha y esperanza porque Dios ha fijado su mirada en una pobre campesina sin aureola, cultura ni riquezas pero con el corazón abierto a la sorpresa de Dios. María es nuestra madre, pero sobre todo, Madre de esperanza para los más pobres y los más crucificados de este mundo. Si María es grande y bienaventurada para siempre es porque Dios es el Dios de los pobres. Lo que tiene de Reina en el cielo, lo tiene por Madre.

Es canto de fiesta, vida, lucha y esperanza porque lo que ha sucedido en María es para todos los hombres. Es el triunfo de todo aquel que sabe abrirse a la palabra que se acerca y no le pone trabas para que obre en su vida. Es canto de esperanza porque su triunfo puede ser nuestro triunfo; y esto está ahora en nuestras manos.

Como pueblo peregrino en San Justo, queremos decirnos y decirle en este día que es “nuestra Madre”, queremos aceptar su herencia, queremos reconocernos en ella y desde ella, en nuestra carne los genes del Dios que quiere hacer nuevas todas las cosas.

Queremos como hijos suyos en san Justo cantar su canto de fiesta, vida, lucha y esperanza porque también nos reconocemos mirados en nuestra pobreza, pero con el corazón con ganas de arraigarse en la esperanza que al final ésta ganará. Creemos que ganará la promesa de Dios, ganará, en definitiva, el amor en gestos de misericordia, ganará el que apuesta por construir y unir, no bajar los brazos aunque el entorno claudique porque la verdadera confianza está puesta en el Dios de la Vida que quiere hacer por nosotros grandes cosas.  

Y esto, lo que la Palabra de Dios nos dice hoy en esa especie de visión, es lo que creemos, queremos anunciar y luchar para que sea realidad.

No estamos solos, ni desamparados, porque San Justo tiene una Madre.

Mons. Eduardo García
Obispo de San Justo
Asunción de la Virgen 2016

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